Uno ya tiene unos años y una trayectoria. Eso te da perspectiva.
Hace no demasiados años, las empresas demandaban un producto de vídeo corporativo que hoy día resultaría largo, denso y sumamente pesado. El cliente tendía a querer meter toda su biblia, su misión/visión en un vídeo que acababa muchas veces siendo un publirreportaje infumable hasta para ellos.
Por un lado, no se dejaban asesorar demasiado. Algunos querían incluso que, porque sí, apareciesen todos los trabajadores de la empresa. Como si fuese un vídeo de boda, tal cual. Por otro lado, no lo neguemos, era el estándar.
Volvemos a la perspectiva. Uno viene de donde viene, sabe dónde está ahora e intuye por dónde irán los tiros en el futuro. Pero del futuro ya hablaremos.
El caso es que por suerte se acabaron los vídeos corporativos de cemento armado y el cliente se ha adaptado a los nuevos códigos audiovisuales, los nuevos soportes y la nueva forma de consumir audiovisual de sus clientes.
Ahora te piden lo que tú ofrecías hace años: sensaciones. Que te guste, que te entre por la vista y el oído. Que te seduzca y al mismo tiempo no te dé tiempo a saber por qué.
Y yo me alegro. Es infinitamente más divertido producir este tipo de contenidos, más visceral, más espontáneo, más real y también se ha revelado como más efectivo.
Curioso, viviendo como vivimos en la era de la superficialidad.