Cuando una pareja decide casarse, son muchos los preparativos que ha de realizar, y entre esos preparativos está la elección del fotógrafo. Lo buscan, lo contratan y siguen con los preparativos. Pasa el tiempo, y a pocas semanas de la ceremonia alguien dice «y el vídeo? Vídeo no. Vídeo sí. Vídeo pa qué.»
Todos estamos de acuerdo en que en una boda ha de haber un fotógrafo. Es algo institucionalizado. Pero…y el videógrafo? Parece un poco el Sancho Panza del fotógrafo. Como el complemento al reportaje fotográfico. Como que lo contratamos sólo si nos sobra dinero después del coche de época.
Los videógrafos aun estamos pagando la inconsciencia de cientos de aficionados que en los años 90 corrieron en masa a comprar una handycam y se lanzaron en plan kamikaze a hacer vídeos de boda sin tener ni idea de lo que hacían. La consecuencia es que unos años después, nadie quería vídeo de su boda porque eran terriblemente aburridos. Es lo que tiene no tener ni idea de narrativa audiovisual.
Por suerte, o por narices, hace ya algunos años llegó una hornada de nuevos videógrafos formados en audiovisuales, y empezaron a hacer su trabajo. Este trabajo ahora es profesional y de calidad, y ha comenzado a dar sus frutos. El sector del reportaje social en vídeo está empezando a institucionalizarse. Porque un buen vídeo de boda envejece como el buen vino, y a cada año que pasa cobra más y más valor. Diez, quince años después de tu boda, no tiene precio, repito, no tiene precio poder ver y oír a tus abuelitos el día de tu boda, ver correr a los canijos de tus sobrinos que ahora te miran con soberbia desde las alturas, ver cómo tus amigos te manteaban cuando todavía teníais pelo todos…
Se mueve. Se oye.
