Aunque me adueñe del título de la película de Chaplin, este post no va sobre cine. Va sobre cómo nos la han colado. Bueno, y sobre fotografía también. No se vaya a marchar usted a otro blog.
La tecnología avanza muy deprisa. Y eso está bien. En teoría. Se supone que cada nuevo avance tecnológico es bueno porque nos hace la vida más fácil y placentera. Dominamos nuestro mundo con una sola mano. La del móvil. O con dos manos, desde el ordenador. Se supone que todo esto nos hace la vida más cómoda, porque nos hace ser más productivos con menos trabajo.
Pero aquí viene donde nos la han colado.
Los patronos te hacen creer que tu trabajo va a ser más fácil. Y tú crees que vas a estar más cómodo. Y cuando ya te lo has creído, entonces, como eres más productivo, te doy más trabajo.
En tu vida personal, ídem de ídem. Ahora, con tu agenda digital puedes ajustar todo al dedillo. Y con Google Maps llegas en seguida a todas partes. Y con las motos de alquiler en la ciudad puedes hacer el doble de recados que antes. Por lo tanto, los programas y los haces. Al final acabas yendo más de culo que antes de todos estos avances. Porque antes hacías una cosa por la mañana, y una cosa por la tarde. No daba tiempo a más. Así de sencillo.
Vamos, que nos la han colado. Vivimos deprisa. A mil por hora. Hacemos todo a pijo sacado.
Ya llego a la fotografía. No desespere usted.
Estudié fotografía en la época del analógico. Cuando acabé mis estudios, me decanté más por la parte del cine y el vídeo. La fotografía como tal no me enamoró. Siempre culparé a uno de mis profesores. Otro día quizá hable de esto. El caso es que vivo un idilio muy reciente con el medio fotográfico. Antes no veía más allá de su dimensión técnica y su capacidad de registro de la realidad. Y es recientemente (a la vejez, viruela) cuando he descubierto su dimensión más artística. Y ahí ando, intentando descubrir qué clase de fotógrafo soy.
Ahora, (por fin, el cogollo del post), cuando descubro el trabajo de grandes fotógrafos, grandes maestros, ahora es cuando puedo quedarme varios minutos mirando una sola fotografía, y en algunos casos siento verdadero placer visual. Placer como el de quien saborea buen vino, ve buen cine, y bueno…placer. ¿Qué os voy a contar?
Enlazo con lo anterior.
Yo también soy (era) de esos que se abre el Instagram, Flickr o la red que sea, y se pone a darle al pulgar con alegría hacia abajo. Y venga a pasar fotos, y venga a pasar fotos. Pero ¿cuánto tiempo dedicamos a ver cada fotografía? Menos de un segundo en el mejor de los casos. Tiempos modernos. Venga, venga. Deprisa. ¡Otra foto, otra, otra!
Vale que no todas son grandes fotografías. De hecho, la mayoría son mediocres como poco. Es lo que tiene la era digital. Pero entre tanta vorágine, entre tanto darle al dedo, ¿de verdad somos capaces de diferenciar una buena foto entre cien malas? Yo creo que, a esta velocidad, en estos tiempos modernos, no. Un gran no.
Me apena la situación. Me gusta tanto la fotografía como expresión artística que me niego a contribuir a esa indiferencia, esa invisibilidad que está sufriendo debido a la saturación de imágenes.
Ahora me regalo tiempo a mí mismo, busco el contenido que me gusta disfrutar, y pongo mi pulgar al ralentí. Pausa. Piano piano. Leo la foto. La paladeo. Me despido de ella. Busco la siguiente. Y es lo que deseo reivindicar un poco con este post. Por un lado, que no nos dejemos engañar. Que no nos impongan el ritmo. Que cada uno se marque su propio ritmo en la medida de lo posible. Por otro, un deseo; el de ser más selectivo con lo que consumimos, de dedicarte un tiempo de calidad para leer, ver cine, escuchar música, o…(in love) ver fotografías (corazoncito con las manos)
Tiempos modernos.
‘The Rush’. Valencia. 2019 (Foto: Fran Lorite)
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